Termina una semana que para mí fue muy intensa pero que al mismo tiempo me deja un sabor de boca como el que deja un vino complejo, al que no entiendes sino hasta un minuto después de haberlo probado.
El primer sabor de la semana fue confuso, con muchas horas dedicadas a la atención personal de un cliente con el que tengo trabajo desde hace 14 años, todo un personaje, alguien de quien he aprendido que uno debe pelear aunque te encuentres derribado y que agachar la cabeza no es una opción.
El sabor secundario de la semana me deja unas notas de agradecimiento y gozo, sintiéndome parte de un equipo que avanza con verdadero entusiasmo, veo cómo crecen y florecen las personas a mi alrededor, me doy cuenta de que gracias a todos ellos y a su apoyo es que se realiza el milagro de que consigamos “el pan nuestro de cada día”.
Cada día en que Dios me permite entender que mi papel en la vida es importante, que no soy el protagonista pero que formo parte de una comunidad en la que puedo apoyar y apoyarme, me siento dichoso y agradecido.
Ánimo. Piensa y da gracias.
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