Cuidado, todos pueden ser diseñadores y uno sin saberlo. Me dirijo a un negocio de impresiones de mi localidad. Por todos lados engalana (o contamina) la publicidad de los candidatos a la presidencia del país, son elecciones y los barrenderos lo saben.
Basura que se acumula por montañas de plástico en las esquinas, en los buzones. No hay cartas, se atiborran recibos de gas, luz y agua, publicidad política… AH y estados de cuenta. Las tiendas departamentales no se quedan atrás, no envían uno sino tres o más volantes. Con ésto se cobijarían cientos de mascotas en hospitales veterinarios, pienso mientras entro al negocio de publicidad. Hay unas personas antes de mi, no existe la fila, ésta escena evoca a un oxxo porque una “caja” está cerrada. En éste caso es una computadora y está desocupada, la razón de la ausencia pronto es descubierta, el empleado está en la parte de atrás del negocio donde se hace la magia de las camisetas sublimadas y los engargolados.
Ahí frente a mí, transcurre el tiempo entre abrir y cerrar de ventanas de Facebook, Corel, y Google images por parte de la empleada, más tarde descubro que también funge como diseñadora, corrector de estilo, entre muchas otras cosas.
“No se puede hacer tu camiseta, lo que pasa es que tu imagen está muy pixeleada – le dice a una quinceañera que, de manera por demás obvia e incómoda, tuerce la boca mostrando su descontento ante la negativa que acaba de escuchar – tendríamos que hacerla curvas pero se te cobrarían setenta pesos extra por el trabajo DE DISEÑO.”
Esas palabras resuenan en mi mente: “de DISEÑO”, “hacerla curvas”, “SETENTA PESOS”. La labor de planificación y estrategia con una tradición de décadas ha quedado reducida a setenta pesos. Con eso se compra una cemita de milanesa. Una disciplina cincelada con amor e insomnio por los grandes cerebros Paul Rand, Mies van der Rohe, ahora se trata de hacer camisetas de Maluma en cinco minutos cual tortillería.
No es la primera vez que escucho esa clase de cosas, la vida sigue. Ya para qué exagerar, no es una ofensa al mundo del diseño, sólo es una contribución a su deformidad. ¿Pero no es eso también diversidad? ¿no es cierto entonces que la diversidad enriquece? sí, y no. Mientras que algunos que son parte del gremio se quejan de la existencia de éstos diseñadores de lonas, con carrera trunca, técnica o afín, que en un santiamén proporcionan solución con la varita mágica del software; otros miran con buenos ojos su proliferación, ya que aseguran que a) el incremento de individuos dedicados a éstas actividades “creativas” es una consecuencia natural incontrolable y b) el contraste favorece a los “verdaderos diseñadores”, lo que sea que ésto signifique, debido a la pésima calidad del trabajo de los primeros.
Las personas avanzan y una a una les entregan sus pedidos, les reciben sus dispositivos de almacenamiento, les proporcionan información. Éste vaivén continúa hasta el momento en el que un señor, que tenía intenciones de mandar a imprimir una lona llena de logotipos de patrocinadores que más bien parecía la nueva película de The Avengers, exclama de manera impropia pero inocente:
“¡UY qué caro!, ¡yo tengo un sobrino que puede hacer eso en el celular y no me cobra!”
El silencio sepulcral invade el recinto ante la mirada ofendida de la señorita del mostrador.
Corrijo, DI-SE-ÑA-DO-RA.
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