Amanece el nuevo año, más que buenos propósitos necesito trazar rutas hacia objetivos que quiero alcanzar en 2023. Eso me lleva a considerar qué objetivos voy a perseguir en este año. No es fácil definir de manera realista con la motivación del principio del año, todo parece alcanzable y la maleta parece no llenarse nunca. Pero no será igual al terminar enero o al cruzar por la cuesta de marzo o cuando el verano llegue con su bochorno y, de pronto, octubre me diga que el año ya está por terminar y la ansiedad suba, como agruras, por mi garganta. Pero tampoco puedo empezar tímidamente, con ese “realismo” que enmascara a la desidia y que me hará poner objetivos casi ridículos.
Un par de kilos menos, ejercicio constante cada semana, delegar mejor, estudiar más, aprender algo nuevo, escribir una vez a la semana… lo estándar. ¿Qué perseguiré para mejorar mis conductas? ¿Algo que conseguir para cuidar mis sentimientos? ¿Y para el espíritu?
Al menos escribiré un objetivo relacionado con la vida, otro en relación con el amor, otro que tenga que ver con la mente y otro para alimentar el espíritu. Algo retador, que me de un poco de nervio y de emoción por alcanzarlo.
¡En marcha! al fin que se vale ir rectificando sobre el camino.
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