Ichi güero
(sobre racismo y democracia norteamericana)
Dr. Silvino Vergara Nava
“Nuestros sufrimientos dividen y aíslan:
nuestras desdichas nos separan,
desgarrando el delicado
tejido de la solidaridad humana”.
Zygmunt Bauman
Después de las elecciones en Estados Unido de América, nuevamente se pone en la palestra central el problema del racismo mundial de algunos para excluir a muchos, así como el de estos muchos de sentirse excluidos debido a la victoria electoral de la corriente y partido político que se sustenta en las ventajas de las políticas públicas y en leyes que permiten expulsar a los migrantes, en particular, a los latinoamericanos, y concretamente a los mexicanos, entendidos en la publicidad y en el mensaje mediático como los sujetos responsables de todas las desdichas que hoy sufre el pueblo norteamericano, o por lo menos esa es la idea que persiste en los medios de comunicación, quienes juegan un papel fundamental en la actual concepción del poder mundial. A decir del profesor José Pablo Feinmann, la finalidad principal del poder actual consiste en “impedir el surgimiento de la conciencia crítica. Del sujeto crítico. Para eso, tiene que sofocarlo, amordazarlo, impedirlo. Es una tarea hondamente represiva. La represión puede ser placentera. Y lo es con frecuencia. Los medios tienen que lograr que el ser humano no piense” (Feinmann, José Pablo, “La historia desbocada. Nuevas crónicas de la globalización”, Buenos Aires, Capital Intelectual, 2009).
De esta forma, con los medios de comunicación es necesario llenar a la población —sobre todo a la norteamericana— de preocupaciones por los riesgos que se corren actualmente; por ello, en estos tiempos, concretamente a partir de la Guerra Fría, el profesor Ulrich Beck ha denominado “sociedad del riesgo” a la sociedad en que vivimos (Beck, Urlich, “Un nuevo mundo feliz”, Paidós, España, 2000), pues es latente que en cualquier momento se presente una catástrofe mundial debido a los armamentos con que cuenta la humanidad. Los gobiernos fomentan el miedo en la población y, sobre todo a partir de la década de los ochenta, se han enfocado en los enemigos —con el fin del Estado social de derecho—. Esa es la propaganda que gobierna el mundo, como sentenciaba Octavio Paz respecto a la referida propaganda: “La propaganda difunde verdades incompletas, en serie y por piezas sueltas. Más tarde esos fragmentos se organizan y se convierten en teorías políticas, verdades absolutas para las masas. El terror obedece al mismo principio. La persecución comienza contra grupos aislados —razas, clases, disidentes, sospechosos—, hasta que gradualmente alcanza a todos” (Paz, Octavio, “El laberinto de la soledad”, FCE, México, 1981).
En una revista de los enemigos del sistema gubernamental norteamericano detectamos, primero, a los comunistas y socialistas que, con la caída del muro de Berlín, ya no fueron suficientes para influir miedo; después, los musulmanes y terroristas, quienes, con la muerte de sus lideres, ya no fueron palpables; hasta los narcotraficantes y, actualmente, los migrantes.
El problema con los migrantes es que se polariza aún más en el mundo el racismo que provocaron los lamentables genocidios de los últimos años, sobretodo porque la responsabilidad por esas muertes fue algo insignificante, y para muestra tenemos el genocidio armenio —dos y medio millones de muertos—, que nunca fue juzgado. Incluso, hasta ahora los turcos no han asumido la responsabilidad de dichos hechos (Zaffaroni, Eugenio Raúl, “Un proceso histórico”, Editorial AR, Buenos Aires, 2012). El genocidio judío —seis millones de fallecidos— tuvo su justificación a la solución final por parte de A. Hitler, que se justificó bajo la leyenda: “¿Quién recuerda el genocidio armenio?” (Arendt, Hanna, “Eichmann en Jerusalén”, Lumen, Barcelona, 2003). En la región, tenemos las persecuciones a los grupos indígenas de América Latina, y no en la época de la Colonia, sino en los últimos cien años; basta observar lo que ha sucedido en Republica Dominicana, Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Perú, Chile y México, donde se demuestran que sigue vigente el racismo sobre los grupos indígenas o simplemente sobre los otros, como fue el caso emblemático de Republica Dominicana, en la frontera con Haití, por el gobierno del general Trujillo el 2 y 8 de octubre de 1937, cuando mataron a 20,000 habitantes haitianos. Dice Jean Franco: “Trujillo deseaba hacer una separación clara entre los dominicanos y los haitianos, una división de raza, de lengua y de carácter, aunque no exista una base clara para dicha distinción” (Jean Franco, “Una modernidad cruel”, FCE, México, 2016).
Esto mismo sucede en el marco mundial: Europa expulsa a los africanos, los norteamericanos a los latinoamericanos, y los latinoamericanos expulsan latinoamericanos; México, a centroamericanos; dominicanos, a haitianos; sorprendentemente, colombianos, a venezolanos; argentinos y chilenos, a bolivianos. Hoy regresan los tiempos del racismo, aparentemente por razón de la democracia —cuando lo que parece más que democracia es que la oligarquía norteamericana siempre ha gobernado sembrando el miedo, y la elección de Trump parece una más—, por lo que a los migrantes que se expulsarán, desterrarán, despedirán, desalojaran y echarán —que desde luego no serán todos— les quedará como consuelo el sentimiento racista nacional de entonar: “ichi güero”.
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